En el post del 8 de diciembre pasado titulado Solemnidad de la Inmaculada Concepción, Anónimo (cristiano ortodoxo de tradición eslava) me deja unas palabras de W. Zaniewicky que explican bien su visión del tema:
Para san Agustín, el hombre antes de la caída es una criatura "concupiscente y mortal", pero a la que Dios ha hecho don de la gracia, que es un "don sobreañadido" (donum superadditum). Este don no forma parte de la naturaleza humana en tanto que tal, y depende del acto mismo del Creador. Le permitiría escapar del pecado y de la muerte.
El pecado de Adán le retiró ese don de la gracia, y se convirtió en lo que era por naturaleza, es decir, en "concupiscente y mortal". Más aún, la culpabilidad se extendería a toda su descendencia, y todos compartirían su falta, ya que habrían pecado en él.
El hombre habría pues cometido un pecado original alzándose contra el orden establecido por Dios, un acto, una falta: "peccatum actuale". Este pecado se habría hecho hereditario y se convertiría en un estado: "peccatum habituale", el de la esclavitud del hombre con respecto a la concupiscencia y la muerte.
Para Agustín, Cristo elimina la falta original gracias al bautismo. Lega así a Occidente problemas angustiosos: condenación de los no bautizados, universalidad de la falta de Adán en seres que todavía no han sido creados, limitación o no de la gracia "recuperada" tras el bautismo; es el tema de la predestinación, que hallará su desarrollo último con el jansenismo del siglo XVII.
Una concepción semejante es totalmente extraña al Oriente: la doctrina tradicional se funda en la imagen bíblica de la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios. La indestructibilidad de la imagen divina es tal que el pecado del hombre puede empañar e incluso alterar esta imagen, pero en ningún caso suprimirla. Es lo que permite al hombre cooperar libremente por su salvación "aportada por Cristo, reconocer sus faltas, convertirse y recibirle" (sinergismo).
Jamás ha conocido Oriente la doctrina agustiniana del estado de una naturaleza humana creada "mortal y concupiscente", de una "gracia sobreañadida", ni tampoco el término de "pecado original". La herencia de Adán no es la transmisión hereditaria de una falta, sino simplemente la de la mortalidad. El texto de Romanos 5, 12: "quo omnes peccaverunt", traducido por Agustín "que todos han pecado" (en Adán) adquiere un sentido diferente. Para Oriente el sentido es éste: cometiendo su pecado, Adán ha pecado en la muerte, o dicho de otro modo, ha merecido la mortalidad y la decadencia; al igual, nosotros, sus descendientes, por nuestros pecados, continuamos pecando en la muerte. Podría traducirse: "la muerte, a causa de la cual todos han pecado, ha pasado a todos los hombres". La naturaleza humana no ha heredado así una culpabilidad, sino una servidumbre de la muerte, ya que sólo los pecados personales suscitan esta culpabilidad.
No hay entonces para los descendientes de Adán pecado ancestral, de falta transmitida ("peccatum actuale"), sino un estado de decadencia ("peccatum habituale"). La mortalidad es una esclavitud de la cual Cristo viene a liberarnos permitiéndonos la inmortalidad.
O, si se quiere, todos han pecado en la muerte, y no en Adán. El bautismo no es un sacramento que limpie una falta original, común a todos los hombres, sino una iniciación que confiere un nuevo nacimiento en el Nuevo Adán que es el Cristo, y que, por ello, integra al bautizado por un acto trascendente en una nueva humanidad que participa de la inmortalidad.
En este sentido, la Iglesia Ortodoxa no puede admitir el dogma católico de la Inmaculada concepción promulgado en 1854 por el papa Pío IX, y que retoma las tesis de san Agustín y las formulaciones de Duns Scoto: si María no ha nacido en el estado humano, que implica una decadencia (se trata aquí de la concepción de María, que habría nacido sin el "pecado original"), no se entiende cómo puede transmitir a su Hijo una humanidad que, precisamente, necesita la salvación.
Igualmente, la Ortodoxia tampoco puede admitir el dogma de la Asunción corporal de la Virgen (Pío XII, 1950), pues habla de Dormición, de paso por la muerte física.
Para el Oriente cristiano, sólo Cristo es el Redentor. Su madre, la Théotokos, no es co-redentora, como quisiera Occidente, sino que es, junto con los santos, mediadora. En el tronco común del cristianismo, el mensaje estaba claro: el Verbo toma carne de una mujer (Dios es sarcóforo), y el hombre recibe el Espíritu (es hombre es pneumatóforo).
Dios se hace hombre para que seamos deificados. No pone obstáculo a la muerte, porque no hay obstáculo para la Resurrección. La divino-humanidad, término ausente de los diccionarios, significa la destrucción del muro de separación entre el Creador y su creación. Hacer de su madre un "avatar" divino le quita todo el sentido al mensaje.
a expolitoxicómanos convictos
La Misión BS, E. Morricone
La Misión BS, E. Morricone
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viernes, 12 de diciembre de 2008
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Qué grata sorpresa me has dado. Dialogando con católicos como tú, pienso que la reunificación está muy cerca (luego me desanimo cuando hablo con otros, pero ese es otro tema...).
ResponderEliminarGracias por dejar ese artículo sobre la interpretación ortodoxa sobre el nacimiento de María.
Como ortodoxo, debo decirte que tampoco veo excesivos obstáculos para la reunificación. Me explico:
El filioque se puede salvar. Durante dos siglos se adoptó una cláusula que permitía a los católico romanos creer en él, siempre y cuando no tratasen de imponerlo a los demás. Esa misma fórmula podría servir para hoy en día: una cláusula que permita a los católico romanos creer en él.
Sobre la Asunción, cabe admitir que es más un problema de uso lingüistico que de contenido. Pues en Oriente, la "dormición" de María viene a ser lo mismo, siempre y cuando alcancemos un pequeño acuerdo las dos partes que aclare la terminología. Es decir, la Asunción-Dormición es un obstáculo superficial, casi inexistente. Con buena voluntad por ambos lados quedaría resuelto.
Respecto al primado del obispo romano también se podrían superar las diferencias. En los primeros siglos los ortodoxos consideraron al obispo romano y al obispo constantinopolitano como "primus inter pares" (primero entre iguales). No hay problema para declarar al obispo romano como primus inter pares, como ha concluido la comisión mixta ortodoxa-católica). Ese primado de honor tiene fundamento histórico tradicional. Por su parte, Roma debe renunciar a una supremacía administrativa, y contentarse con ese primado que es más de honor, que de mando. Pero le sigue permitiendo, de alguna manera, ser el primero.
La infalibilidad papal sí que ha sido un obstáculo grave, pues en los primeros siglos la infalibilidad residía en el Santo Sínodo con todos los patriarcas reunidos en Concilio Ecuménico. Era allí dónde el Espíritu Santo soplaba con fuerza para que las decisiónes finales cumplieran con la voluntad del Señor.
De todos modos, a grandes males, grandes remedios. Si la infalibilidad papal nos separa, también nos podría unir. Muy fácil: Si el Papa es infalible, basta con que declare ex cathedra que la infalibilidad reside de neuvo en el Santo Sínodo de obispos reunidos en Concilio Ecuménico.
Por todo lo dicho, creo que podríamos estar muy cerca de la reunificación katholika.
Un fuerte abrazo. Que Dios te bendiga.
Kyrie Eleison
Me da mucha alegría pensar en el momento de la unificación, de las superaciones cismáticas. No sólo para encontrarme con el pensamiento oriental de estos siglos que hemos estado separados, sino también con el anglófono, el central europeo, el nórdico,...
ResponderEliminarEs decir, que como no sé idiomas ni me dedico a la teología, espero que esos pensamientos se vulgaricen (como dirían en Francia), los hagan llegar al vulgo católico de rito latino.
Un abrazo.