a expolitoxicómanos convictos
La Misión BS, E. Morricone       
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miércoles, 8 de octubre de 2014

El Corazón de Cristo Jesús

 
En Jesucristo contemplamos su Humanidad y su Divinidad, su Humanodivinidad y su Divinohumanidad. Considerando los textos de los Evangelios, el corazón pasa por alto la distinción de estas dos naturalezas, así como otras muchas de las consideraciones disciplinares del saber humano. Aún siendo su persona divina, su Humanidad siempre se nos presenta. Cuando su Divinidad no es manifiesta, sí lo es en su interior a Jesús. Y en ciertos, esa naturaleza divina parece que también se le oculta a Él mismo. Veamos. Aunque me parece que no todos ponemos la línea divisoria entre lo humano y lo divino a la misma "altura".


¿En el establo de Belén, se ve su Divinidad? Se la reconoce, más bien. Se sabe de ella por parte de sus padres y por nuestra parte. Los magos no adoran al Dios Encarnado, adoran al rey de los judíos. Los pastores no parecen conscientes de la trascendencia de lo ocurrido. Sienten un gran gozo, eso sí. Ven una familia maravillosamente humana, serena, transmisora de paz y alegría, feliz con el nacimiento... y un niño hermoso como ninguno.
"El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él." (Lc 2, 40)
El niño encarna a la misma Sabiduría, ok. Pero se iba llenando de sabiduría. Todo es muy humano y lo divino se le supone por el maravilloso desarrollo humano, no por destellos de luz por las comisuras de lo terreno o por las grietas de la Realidad.

A los doce años, con la educación y formación recibida en todos los ámbitos (humano, profesional, religioso, teológico, social,...), ya es consciente de quién es y seguro que también de su misión. En este episodio del viaje familiar a Jerusalén por Pascua, es muy simbólico sin mengua de su grado de historicidad. Las cifras son: 12 años de edad y 3 días perdido. Los padres pasaron por un calvario, pasión, muerte y hasta por una resurrección. Si José no estuvo vivo cuando lo condenaron y ejecutaron, ya tuvo un anticipo, su participación en ese dolor y su cooperación en la Redención. María igualmente, guardando todo en su corazón. Algo que, sin duda, rescatándolo de su memoria, le ayudó a vivir el tiempo en que su hijo estuvo maltratado y martirizado públicamente ante su presencia, muerto realmente y en espera de su vuelta.

Todo muy humano y aunque la mano de Dios estaba sobre él, su divinidad, más que verla, se la reconocemos por fe y la podemos adorar en verdad. Una divinidad que, por lo visto y por el momento, no se le oculta a él.


¿Cuándo se manifiesta la divinidad de Jesús? En su Bautismo, en la Transfiguración, prefiguradamente en las bodas de Caná y en la multiplicación de panes y peces, cuando perdona los pecados, en la confesión de Pedro y, de algún modo, en ciertas confesiones requeridas antes de realizar un milagro, en la resurrección de Lázaro aparece como forzada por las circunstancias, como pidiendo un favor al Padre, en la Última Cena y, sobretodo, en su Resurrección y Ascensión.

En mi creer, siendo lícito entre otras consideraciones, los momentos en los que su Divinidad se oculta tanto a nosotros como a Jesucristo son los relativos a su Pasión y Muerte. Es cuando vive el más completo abandono. No es un absoluto abandono ya que se encuentra con su madre y sus Corazones vierten en el otro su propio dolor, confirmándolos y fortaleciéndolos a ambos para consumar completamente la Historia. Puede incluso que María sea una ventana abierta hacia su Padre pendiente de los acontecimientos y de la suerte de su Hijo.

La energía de Herodes le debió ser bastante desagradable y la mejor posición a adoptar fue no responderle y, quizás, tampoco cruzar la mirada con él. Le vistieron de rey y le encasquetaron la llamada corona de espinas a palos, todo para reírse y mofarse de él. Lo azotaron con un látigo de cuerdas con una pieza metálica al final con la cantidad de azotes establecidos dejándole en llaga viva. Cargó con el madero al que iba a ser cosido, subió el monte, por si fuera poco, y colgó de unos clavos que le atravesaban las muñecas y los pies produciéndole, además del dolor, calambres según las posturas en que podía estar.


Sufrió en su espíritu, en su alma y en su cuerpo; abandonado por Dios, por los hombres y hecho trizas. Desde su Encarnación hasta su Muerte fue igual que nosotros. No pecó pero, en este último episodio, sí le causamos daño/pena y padeció dolor en los tres sentidos, como nosotros (que sí somos culpables).

La historicidad de estos hechos representan simbólicamente nuestro Camino y su Cuerpo el estado de nuestro corazón. En toda su vida nos muestra el Camino, Él mismo y el espíritu en que debemos afrontar nuestra vida y sus avatares. En la imaginería, su Corazón se representa como su Cuerpo: llagado, con la corona de espinas y encendido de Amor.


Contemplar su Humanidad nos hace mucho bien y es una gran enseñanza. Amar su Corazón es contagiarse de su Amor, conocernos, ganar en consciencia, abrirse y ofrecerse para recibir su Salvación y Salud, permitir que consume su Amor para con cada uno de nosotros y consumir nuestro Amor por Él, fundiéndonos en uno.

Nunca hay que olvidar al Corazón de María y a María misma en nuestro trato íntimo. SuCorazón igualmente encendido está atravesado por una espada (o siete), tal como profetizó Simeón. Ella "suple", valga la inexacta e inadecuada expresión, a Cristo cuando se nos antoja oculto o dormido, distante o indiferente. En esos momentos, ella nos lleva a su presencia de modo dulce y suave a nuestra alma, y nos consigue el retorno a nuestra unión esponsal con Él.

Los Sagrados Corazones de Jesús y María nos acercan más y de una manera especialmente más humana si cabe a la Vida en el Espíritu y al Padre. Nos facilitan el conocimiento del Misterio y encienden nuestro corazón para saber amarnos a nosotros mismos y a los demás tal como nos amamos, para afrontar todas las situaciones y vicisitudes de nuestra vida personal, social, intelectual, política,...
"He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!" (Lc 12, 49)
 

domingo, 5 de octubre de 2014

La autocompasión y la compensación

 
 
Se desata una terrible tormenta, viento y mar enfurecen, cae un chaparrón tremendo, la barca es ingobernable, fuertemente zarandeada y cayendo sobre ella las grandes olas. La barca corre grave peligro de naufragar y todos temen seriamente por sus vidas. Todo queda fuera de control. Qué es el hombre sorprendido por catástrofes naturales? Una hoja de árbol caída a merced de una suerte en contra. Y en esos momentos, Jesús permanece durmiendo en proa como si estuviera balanceándose en una hamaca o mecido en una cuna.

Nos podemos enervar y sernos imposible el contemplar, no poder ser conscientes a distancia de nuestros yoes y de la realidad circundante, y, por tanto, ser incapaces de capear el temporal con templanza y señorío. Nos vemos en medio del fragor y el caos de un choque de egos, una batalla en la que todos pierden. Pegados al falso yo, tememos y nos volvemos iracundos o hacer gala de otros mecanismos de defensa.

Oración? Ir a proa, no perder el norte, allí está Jesús durmiendo. Sacudirlo para que despierte y decirle "que perecemos, Señor!".

Nos dirá hombres de poca Fe. Pues en esos momentos de ira divina no estamos viviendo la vida del espíritu, la Vida en el Espíritu, en su Espíritu. Viviendo la Vida nueva, de la que ya tantas veces hemos hablado, no hay temor, no es necesaria la ira (como pasión vital), puesto que es la vida verdadera y no se teme por la muerte. El falso yo sí que es todo temor puesto que es totalmente inconsistente, sin entidad real: necesita recurrir a sus mecanismos de conservación. Mientras no tengamos la suficiente Fe, esa fortaleza en la unión con el Espíritu y mantener nuestra capacidad contemplativa para gestionar la situación, forzamos a Cristo a cesar el temporal y a calmar las aguas: lo provocamos, lo ponemos a prueba, como una especie de tentación de las que tuvo en el desierto.

Estas cosas pasan cuando luchamos contra el mal. Este es otro aspecto de nuestra falta de Fe y de Esperanza. Lo que conlleva necesaria e indefectiblemente a una falta de Caridad: con la ira pretenderemos estar dominando y, si es posible, machacar al mal sin distinguirlo de la persona que "lo lleve", sea uno mismo o un prójimo. El mal alimenta su fuerza con nuestra fuerza en batallarle: lo que se llama "escalada de violencia". En realidad, nuestra fuerza contra el mal es una fuerza del mal. El mal siempre vencerá, sea el contrario o el de uno mismo. En ambos casos, sin distinguir uno de otro, siempre nos sentiremos derrotados a poco que nos quede un resquicio de consciencia (siempre queda algo).


Qué ocurre en el falso yo cuando la ira no se despierta? Necesita otro mecanismo de defensa; no puede permanecer indiferente. En esa situación, el falso yo recurre a autocompadecerse: entra en el estado permanente de queja. El falso yo no está conforme con nada, no termina de aceptar nada, le resulta todo incómodo y molesto, se ve desubicado,... y todo son excusas y sinrazones. En el fondo, aunque tenga la razón (al menos en el análisis crítico), y como ya sabemos, el falso yo quiere soluciones inmediatas: ira o queja.

Ambas son muestras de inmadurez, ambas son reacciones infantiles. Dado que los niños, aún en su verdadero yo, por edad son incapaces o no saben, teniendo necesidad de sus padres, de su ayuda ejemplar. No olvidar que el verdadero yo también puede recurrir a la ira como nos ilustra Jesús con los mercaderes del Templo. Un niño derrotado y sin ayuda será una persona autocompasiva. Un niño acostumbrado a satisfacer sus caprichos con rabietas será iracundo. Un niño que consigue sus propósitos haciéndose el débil y dando lástima será una persona tóxica y manipuladora.

La autocompasión es un detenerse. Las cosas no pueden quedar para el falso yo en un sentirse derrotado, en un sentirse incapaz o superado por la situación. Necesita superar esa frustración, como volviéndose a sentir vivo, dejar esa soledad deprimente (si no llegan las depresiones). Lo inmediato es compensar de algún modo ese dolor de dos formas: buscar en otros el afecto, la aprobación tergiversando la verdad y mintiendo, mostrando su buenismo, su pretendida cara tierna, su "alegría" como si fuera poseedor de la verdad; o crear y satisfacer otras necesidades como comer, beber, jugar, eludir responsabilidades, evadirse, placer sexual, dominación de otro más débil,...

Y aún queda un recurso antes de deprimirse si nada de esto puede funcionar: la de unirse al enemigo, como dice el refrán. Pero el enemigo suele ser tan incoherente, egoísta e inmaduro...

Sólo con el despertar de la consciencia, la contemplación espiritual, la vida del Corazón, vivir en Camino hacia él, alcanzamos la madurez. Acometeremos entonces la verdadera solución o prevendremos el problema al ver más allá de nuestras narices y conoceremos verdaderamente la Realidad. Sólo así se vive la Fe, la Esperanza y el Amor.
 

miércoles, 1 de octubre de 2014

La soberbia y el orgullo

mi realidad, lori meyers
 
Dice el refrán: "dime de lo que presumes y te diré de lo que careces".
 
 
Al dejar la mente libre, al aquietarla, al distanciarnos de los pensamientos, de los sentimientos, de las sensaciones, del estado de ánimo, de las preocupaciones, de las ilusiones, de las alegrías, de los problemas, de los momentos de felicidad, de euforia, de la enfermedad y de la salud, del malestar y dolor corporal, la vida o poca vida de nuestro espíritu,... en definitiva, al separar la mente del yo falso para contemplar nuestra realidad de frente, con franqueza, con valentía a veces, sin vergüenzas otras veces, sin herirnos en el orgullo, siendo esto el comienzo de la humildad, en la cada vez mayor plena consciencia de nosotros mismos a todos los niveles ante la Naturaleza y ante Dios, al distanciar el yo consciente del yo falso, como decía, los pensamientos que nos resultan molestos o que pensamos deben pasar, seguramente pueden estar enmascarando dolor.
 
La misma molestia de un pensamiento ya es un dolor en sí mismo: un dolor de nuestro orgullo o por soberbia. Y por el contrario, también esos pensamientos de los que nos podemos regodear ocultan carencias que hablan con dolor: vanidad, dominio o incluso abuso que pueden indicar problemas en la infancia no resueltos, propiedades y consumos, estatus, momentos alegres y de diversión que pueden indicar mucha soledad no buscada, ansia de placer que pueden indicar las insatisfacciones no asumidas y, por tanto, no sanadas correctamente,...
 
Son pensamientos que no debemos reprimir sino ir detrás de lo aparente a ver con qué nos encontramos.
 
 
La soberbia es convertirse en norma moral. Así estamos cegados para reconocer lo bueno de lo malo. Por la soberbia somo capaces de, por ejemplo, abusar emocional y físicamente de nuestra pareja sin remordimientos de conciencia. Se está cegado para ver el sufrimiento del otro si lo causa uno mismo. Para el soberbio, todos los demás actúan mal y debe forzar a los demás a actuar según él. Él tiene que ser el amo y señor de todo y de todos. La persona soberbia despojada de su soberbia es un don nadie, un niño enfermo e indefenso.
 
El orgullo es algo muy sensible. Se siente herido o extasiado por todas las actuaciones de los demás con uno mismo y por todos pensamientos y recuerdos según le sean negativos o positivos pasando por el tamiz de la soberbia. La persona orgullosa enmascara su egoísmo frustrado. Siendo el egoísmo el solo pensar en uno mismo y actuar solo por uno mismo sin tener en cuenta a los demás. Solo amarse a sí mismo (siendo falso este tipo de amor).
 
La conjunción soberbia-orgullo configuran la moral del falso yo. Es lo más pegajoso del falso yo. Siempre estaremos discerniendo la soberbia y el orgullo para llegar a la verdadera causa del dolor para poder sanar.
 
La Vida del Espíritu es la verdadera norma moral: ama y haz lo que quieras. La libertad del Amor. Asuntos ya tratados.