a expolitoxicómanos convictos
La Misión BS, E. Morricone       
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martes, 10 de febrero de 2009

La nube del no saber │ cap. 14

El pecador sólo puede alcanzar la humildad perfecta a través de la imperfecta.


Si bien la llamo humildad "imperfecta", es cierto que prefiero tener verdadero conocimiento y conciencia de mí mismo tal como soy por este camino que careciendo de él. Creo que dicho camino me conducirá antes a la humildad "perfecta" en sí, a su causa y su virtud, de lo que tardaría en llegar a ella si se aliaran por una parte las huestes celestiales, los santos y los ángeles, y por otra la Santa Iglesia de la tierra, los hombres y las mujeres, religiosos o seglares, en sus diferentes estados, con el fin de que lo consiguiera, y rogaran todos juntos a Dios para que yo pudiera alcanzar la humildad perfecta. Sí, así es, es imposible para un pecador alcanzar o conservar la humildad perfecta sin esta conciencia.

Por tanto, dedica todas tus fuerzas y explora todos los caminos a tu alcance para conocerte y sentirte a ti mismo tal como eres en realidad. Sospecho que no pasará mucho tiempo antes de que llegues al auténtico conocimiento y experiencia de Dios tal cual es. No tal cual es en sí, por supuesto, pues esto es imposible para nadie salvo a Dios, ni tampoco de la manera en que lo harás en el cielo, con el cuerpo y el alma, sino tanto como te sea posible conocerlo y sentirlo por medio de un alma humilde que habita en un cuerpo mortal, y tanto como Él te lo permita, claro está.

No obstante, no vayas a pensar que, dado que sostengo que hay dos causas de la humildad, quiero que dejes a un lado la ardua tarea de la humildad "imperfecta" y te concentres de lleno en la "perfecta". De ninguna manera, ya que jamás podrás alcanzarla por este camino. Si me expreso así es porque quiero contarte, y que lo veas por ti mismo, cuán valioso es este ejercicio espiritual, más que cualquier otro ejercicio físico o espiritual, incluso si el otro se lleva a cabo bajo la inspiración de la gracia, y cómo el amor secreto de un alma purificada, que lucha sin descanso para entrar en esta nube oscura del no saber que media entre tú y Dios, contiene en su interior la perfecta humildad de manera verdadera y perfecta al no buscar otra cosa más que a Dios. Y también porque quiero que sepas en qué consiste la humildad perfecta, la pongas en tu corazón para que la ames, por tu bien y el mío, y te vuelvas todavía más humilde gracias a este conocimiento.

Estoy convencido que el ansia de saber es a menudo causa de no poco orgullo, pues es probable que si no supieras qué es la humildad perfecta pensaras que casi la habías alcanzado en el momento de poseer algún conocimiento y experiencia de lo que yo llamo humildad imperfecta. De este modo, te engañarías a ti mismo creyéndote por completo humilde cuando en realidad estaría devorándote un orgullo abominable. Por tanto, pon todo tu empeño en lograr la humildad perfecta, ya que su naturaleza es tal que quien la posee deja sencillamente de pecar durante el tiempo que la posee, y tampoco peca demasiado después, cuando pasa el tiempo de poseerla.

viernes, 6 de febrero de 2009

Mensaje de Benedicto XVI para la Cuaresma 2009

"Jesús, después de hacer un ayuno durante cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre" (Mateo 4, 2).


He aquí unos retales del mensaje que ha escrito Benedicto XVI para la Cuaresma 2009 cuyo título es el resaltado al principio del post. El mensaje completo lo puedes leer en Zenit.


Leemos en el Evangelio: "Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un ayuno durante cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre" (Mt 4,1-2). Al igual que Moisés antes de recibir las Tablas de la Ley (cfr. Ex 34, 8), o que Elías antes de encontrar al Señor en el monte Horeb (cfr. 1R 19,8), Jesús orando y ayunando se preparó a su misión, cuyo inicio fue un duro enfrentamiento con el tentador.

El verdadero ayuno, por consiguiente, tiene como finalidad comer el "alimento verdadero", que es hacer la voluntad del Padre (cfr. Jn 4,34). Si, por lo tanto, Adán desobedeció la orden del Señor de "no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal", con el ayuno el creyente desea someterse humildemente a Dios, confiando en su bondad y misericordia.

Está claro que ayunar es bueno para el bienestar físico, pero para los creyentes es, en primer lugar, una "terapia" para curar todo lo que les impide conformarse a la voluntad de Dios. En la Constitución apostólica Pænitemini de 1966, el Siervo de Dios Pablo VI identificaba la necesidad de colocar el ayuno en el contexto de la llamada a todo cristiano a no "vivir para sí mismo, sino para aquél que lo amó y se entregó por él y a vivir también para los hermanos" (cfr. Cap. I).

(...) el ayuno representa una práctica ascética importante, un arma espiritual para luchar contra cualquier posible apego desordenado a nosotros mismos.

Queridos hermanos y hermanas, bien mirado el ayuno tiene como último fin ayudarnos a cada uno de nosotros, como escribía el Siervo de Dios el Papa Juan Pablo II, a hacer don total de uno mismo a Dios (cfr. encíclica Veritatis Splendor, 21).

jueves, 5 de febrero de 2009

El silencio de un monje

Son palabras de Fr. Ramón de la Cruz que recojo en este blog de El ciervo.


Escribo desde un monasterio escondido en medio de las montañas. Es un monasterio que representa toda una tradición de silencio y soledad. Durante siglos los monjes del mundo entero nos hemos apartado a la soledad por considerar de gran valor el silencio. La ciudad, antes y ahora, han sido siempre símbolos del ruido y el ajetreo, aunque sean sólo el modo exterior de nuestros ruidos más profundos.

El hombre moderno de hoy busca nuestro espacio tranquilo como un refugio. Se podría decir que es él, y no nosotros, el que huye del mundo, de su ruido, de su prisa, del estrés que lo llena todo. Hoy el monasterio silencioso supone una fuga mundi del hombre y mujer de la calle. También lo es la casa rural, el paseo por la montaña, y tantas formas actuales de turismo.

En esta huida, la mayoría intuyen el valor del silencio, su poder sanador. El silencio hoy se busca como una terapia que pueda reparar nuestro cerebro lleno de preocupaciones y prisas. Pero todos saben que ese espacio silencioso es sólo un breve descanso; la vida de cada día, con su desenfreno, se acaba imponiendo siempre. Y cuando la huida de la ciudad no es posible, entonces se buscan en ella espacios de relax, grupos de meditación, de yoga, todo con el fin de poder sobrevivir.

Pero el silencio de los monjes no está hecho para calmar la mente, no supone una experiencia de relajación, una dormidera ante el agobio de la vida. La pedagogía del silencio monástico está estudiada para aprender a escuchar. Por eso en el monasterio el silencio no es un absoluto, es sólo una condición para estar atentos. Este no es un silencio fácil, pues siempre están ante nosotros el ruido de los pensamientos y de las pasiones más bajas, los deseos ocultos que nos esclavizan.

El monje en su celda, sin distracción alguna, trabaja laboriosamente por abrirse paso en medio de sus propios ruidos. El silencio externo, el más visible y románticamente atractivo para muchos, esconde toda una lucha en la que el solitario se debate. Lo que sostiene al monje en esta lucha es una pasión irrefrenable, aunque no siempre perceptible: la de escuchar, en el mismo silencio, una Palabra de sentido, una Palabra eterna. San Juan de la Cruz lo dice bella y profundamente: “Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma”.

El silencio monástico no ofrece al mundo de hoy un espacio meramente terapéutico, aunque esto tenga su valor. Sino la condición para escuchar desde lo más profundo del universo y de nosotros mismos la Palabra que nos diga quiénes somos, hacia dónde vamos. Cuando la mente y el corazón se vuelven verdaderamente silenciosos, la Palabra eterna de Dios se hace presente: “Cuando un silencio sereno lo envolvía todo, y la noche llegaba a la mitad de su carrera, tu palabra omnipotente se lanzó desde los cielos” (Sabiduría 18,14-15). Y entonces ya no es necesario huir de las ciudades para experimentar el silencio, nos acompaña siempre.

martes, 3 de febrero de 2009

La nube del no saber │ cap. 13

La humildad perfecta y la imperfecta.


Para empezar, examinemos la humildad. Vemos que es "imperfecta" cuando nace de una mezcla de motivos, por más que Dios sea su razón principal; y que es "perfecta" cuando Dios es su única causa. Para comprenderla de manera apropiada, debemos saber primero en qué consiste; sólo después seremos capaces de comprender con profundidad cuál es su causa. La humildad en sí misma no es más que el conocimiento y la conciencia auténtica de nosotros mismos, de cómo somos en realidad, pues no hay duda que sólo será en verdad humilde quien vea y sienta cómo es en verdad él mismo. La humildad tiene dos causas. Una es el estado de degradación, miseria y debilidad en que el hombre ha caído por culpa del pecado: debe ser consciente de este estado y no olvidarlo nunca mientras viva, bajo ninguna circunstancia, no importa cuán santo pueda ser. La segunda es el amor y la bondad inconmensurables de Dios mismo: su visión hace que la naturaleza tiemble, los sabios enloquezcan, y los santos y los ángeles se vuelvan ciegos, tanto que si Dios no hubiera mensurado en su divina sabiduría la visión de sí mismo de acuerdo con los demás seres en la gracia, no habría palabras para describir lo que les sucedería.

Esta última causa es la "perfecta"; es eterna. La anterior es "imperfecta": no sólo temporal, sino que acontece a menudo que el alma que habita un cuerpo mortal se vuelve de pronto olvidadiza respecto a sí misma, despreocupándose de si es miserable o santa, debido a que la gracia sólo aviva su anhelo con la frecuencia y durante el tiempo que Dios quiere. Acontezca a menudo o rara vez en el alma preparada, el caso es que la visión de Dios nunca permanece más que un corto espacio de tiempo. Durante este tiempo, el alma es humilde de manera perfecta, pues no conoce ninguna otra causa más que la principal, que es Dios mismo. Sin embargo, cuando conoce y es impulsada por la causa imperfecta, incluso siendo Dios mismo el principal motivo, su humildad continúa siendo imperfecta. Bien es verdad que una humildad semejante es beneficiosa y es preciso sentirla, Dios no permita que me interpretes mal.

domingo, 1 de febrero de 2009

Oración: Instrumento de tu Paz.

Esta oración, al parecer de inspiración franciscana, apareció por primera vez en un semanario católico francés en 1912 y en L'Osservatore romano en 1916 por petición del papa Benedicto XV, quien apreció su mensaje de paz durante la guerra.
La Madre Teresa de Calcuta la recitó al recibir el premio Nobel de la paz en 1979 y reza así:


Señor, haz de mi un instrumento de tu paz.
Que allá donde hay odio, yo ponga amor.
Que allá donde hay ofensa, yo ponga perdón.
Que allá donde hay discordia, yo ponga unión.
Que allá donde hay error, yo ponga verdad.
Que allá donde hay duda, yo ponga Fe.
Que allá donde desesperación, yo ponga esperanza.
Que allá donde hay tinieblas, yo ponga luz.
Que allá donde hay tristeza, yo ponga alegría.

Oh Señor, que yo no busque tanto ser consolado, como consolar,
ser comprendido, como comprender,
ser amado, sino amar.

Porque es dándose como se recibe,
es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra a sí mismo,
es perdonando, como se es perdonado,
es muriendo como se resucita a la vida eterna.