a expolitoxicómanos convictos
La Misión BS, E. Morricone       
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domingo, 3 de agosto de 2014

Oración al Espíritu Santo

Inspirada por el himno en Latín “Veni Sancte Spiritus”, por Thomas Keating, monje cisterciense.


Ven, Espíritu Santo, derrama desde las profundidades de la Trinidad un rayo de tu Luz, esa Luz que ilumina nuestras mentes y, al mismo tiempo, fortalece nuestra voluntad para que sigamos esa Luz.

Ven, Padre de los pobres, de los pobres de espíritu, a quienes te deleitas en llenar con la plenitud de Dios.

Eres más que un dispensador de dones, has donado tu propio ser, el Don Supremo – el Don del Padre y del Hijo.

¡Eres el mejor consolador! ¡Qué huésped más encantador eres! Tu conversación, aunque en completo silencio, es en si misma toda dulzura. ¡Qué refrescantes son tus consuelos! Como una caricia, calman en un instante, disipan toda duda y tristeza.

En la ardua labor de combatir las tentaciones, allí estás Tú prometiéndonos la victoria. Tu presencia es nuestra victoria. Nuestros tímidos corazones son inducidos por tu inmensa suavidad a confiar en Ti.

En la más grande de todas nuestras labores, la lucha por la entrega total de nuestro ser, Tú eres nuestro reposo, nuestra paz, en la profundidad de nuestras almas.

En lo más caldeado de la batalla. Tu aliento nos refresca y calma nuestras pasiones rebeldes, aquietando nuestros temores cuando nos sentimos derrotados. Tú enjugas lágrimas cuando caemos. Eres Tú el que concede la gracia de la compunción y la esperanza sin reservas en el perdón.

¡Oh delirio de Luz bienaventurada! Llena lo más recóndito de los corazones de Tus hijos que Te son fieles.

Sin Ti, no existe en nosotros vida divina, o virtud alguna. Si nos privas de tu aliento, nuestro espíritu perecerá; no podrá volver a tener vida hasta que tus labios se posen sobre nues- tras bocas y soplen en ellas el soplo de vida.

Tu mano se posa sobre nosotros como rocío, sin embargo actúas con mano fuerte. Tan sua- ve como la más suave de las brisas, también Te encuentras en el remolino.
Como llamarada de una inmensa hoguera, consumes todas nuestras facultades –pero sólo para derretir la dureza de nuestros corazones.

Nos arrojas delante de Ti como hojas secas bajo el fuerte viento del invierno, pero sólo para que nuestros pies encuentren el sendero angosto.

Ahora derrama sobre nosotros torrentes de agua, como si fuese un viento de mucha fuerza, para que sean lavados nuestros pecados. Empapa con tu gracia nuestros corazones diseca- dos. Alivia las heridas que has cauterizado.

Otorga Tus siete sagrados dones a todos los que confían en Ti con esa confianza que sólo Tú puedes dar.

¡Concédenos la recompensa de la virtud, es decir, Tu propio Ser! ¡Concédenos perseverar hasta el fin! ¡Y luego, gozo eterno!
Amén.

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