a expolitoxicómanos convictos
La Misión BS, E. Morricone       
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jueves, 11 de septiembre de 2014

El Don del Espíritu y la Oración

 

Antes de emprender el Camino al verdadero yo, nos vemos como una unidad, amalgama del falso yo y del Corazón sometido. Al distanciarnos del falso yo, vamos discerniendo cada vez mejor al yo falso del Corazón. El yo consciente toma vida y se encamina hacia su verdadero fin, feliz y sanándose atendiendo al dolor y a través de ese terreno desértico que es nuestro subconsciente.

El Corazón (con las relaciones) se libera y empieza a sanar, la consciencia se expande, empezamos a saber eso del amor y nacemos al espíritu. El Corazón deja de estar condicionado y oprimido por esquemas, razonadas sinrazones, ideologías y vanidades que necesita el falso yo para tapar su miseria, su vergüenza, su vacuidad y su fatuidad. Y si la culpa nos paraliza, tendremos que alcanzar el perdón con lo cual hay que perdonar a los demás.

Para esto hay que ser como infante, claro, honesto, sincero y sin doblez (desnudo) para con uno mismo y para con Dios y la Naturaleza (sus manos); seguir la senda del dolor porque es la voz de aquello a sanar; y ser ofrenda que es como ponerse en sus manos, saberse querido, dejarse querer y dejarse sanar.

Abandonando al yo falso y liberándose de culpas, volvemos a la Vida. Empezar y seguir el Camino es signo de Vida. Conociendo la Vida y distinguiendo al falso yo, somos conscientes de la muerte y de lo que supondría dar algún paso atrás. Habiendo experimentado la muerte, el vivir es un Don. Todo se convierte en un Don: la Vida, el Camino, el dolor como lenguaje de la Naturaleza y del Corazón, poder amar, cada pequeña sanación,... el amanecer, la noche, los animales, la montaña, el mar,... la familia, cada amigo y compañero,... la inteligencia, las destrezas, la profesión, los hobbies,...


Esa Vida es por nacer al espíritu, la da el Espíritu vivificador. Al ser uno mismo ofrenda a Dios y a la Naturaleza, siendo nuestro acto de amor total e incondicional a Dios, al ser consciente de ser querido, nos invade el Espíritu vivificador. Si Cristo es nuestro fin (el corazón, el verdadero yo), al tener ya su Espíritu se convierte ya en prenda de Salvación, de unión plena y constante con el verdadero yo con la Naturaleza restaurada. Antes de la unión, la Boda, Cristo ya se nos hace Vida, Camino y Verdad en virtud de su Espíritu.

La oración es diálogo. Puestos en Camino, con el Don de la Vida, se da el diálogo con el Espíritu, con el Camino mismo, con nuestra Naturaleza que tiene esa capacidad de regenerarse, con la Vida, con Cristo, con Dios Padre. Todo se hace Presencia en nuestro interior.

Escuchar y comprender el dolor es escuchar a Dios, al Corazón (donde habita). Y amar, invocar, alabar, dar gracias, pedir misericordia (que es como animar el paso por el Camino), admirar, para renovar nuestro compromiso y nuestra responsabilidad,... Todo es ocasión del diálogo, de oración, en ese acontecimiento de la Presencia del Espíritu, del Padre y del Hijo, del Corazón herido,...

Todo esto que vivimos en esos momentos de soledad contemplativa, lo iremos trasladando al resto de nuestra vida. Nuestra vida se llenará de Vida.

Podemos hacer esta pequeña oración a lo largo de la jornada: "Jesucristo, ten piedad de mí". Es como actualizar en nuestra consciencia el saberse amado y estar dispuesto a ser sanado. Es una lumbre para mejorar nuestro carácter y la relación con los demás, contemplarlos amorosamente como nos contemplamos a nosotros y quererlos como nos queremos.

Experimentar la Misericordia de Dios es llenarse de Vida. Si somos misericordiosos iremos dando vida a los demás. Pero esto sería otro tema.
 

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