a expolitoxicómanos convictos
La Misión BS, E. Morricone       
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domingo, 14 de septiembre de 2014

Ser Cristo (2/2): para seguir siendo Cristo

 

Conocer el Amor solo es posible desde la vivencia. Con el post anterior, es la tercera vez que aparece lo de ser ofrenda y aún no es suficiente para expresarlo. Solo se pretende que sea motivador. En cierta manera conocemos el Amor porque somos Amor, pero siempre un paso más allá es algo que "ni ojo vio ni oído oyó". El Camino no está definido ni marcado. El Espíritu de Cristo nos irá proveyendo de Sabiduría.

Ser Cristo es vivir la Vida del Espíritu. Más allá de ir con sandalias, dejarse el pelo largo o dar latigazos a los vendedores de merchandising en Lourdes. Escuchemos otra vez a Pablo:
Hermanos: Yo, Pablo, para la ley estoy muerto, porque la ley me ha dado muerte; pero así vivo para Dios. Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Y, mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí. Yo no anulo la gracia de Dios. Pero si la justificación fuera efecto de la ley, la muerte de Cristo sería inútil" (Ga 2, 19ss).
Pablo tampoco es platónico. Tampoco puede ser seguidor o imitador de Cristo. Eso, lo resaltado, es ser Cristo. La justificación es dada por la Misericordia de Dios (con sus Manos que es la Naturaleza) dejándose querer, siendo ofrenda.

Un himno litúrgico dice:
Y así dijo el Señor: «¡Vuelva la Vida,
y que el Amor redima la condena!»
La gracia está en el fondo de la pena,
y la salud naciendo de la herida.

Todo lo expuesto en la primera parte para empezar la vida contemplativa es todo un ritual, un rito cristiano (independiente de la denominación a la que uno se incorpore). Es lo que da nombre a este blog. También es un rito humano incluyendo a nihilistas, judíos, budistas,... Pero como conozco mejor el lenguaje cristiano, me parece que voy mejor con la Fe cristiana. Seguro que es trasladable a otros lenguajes. Los lenguajes de la espiritualidad budista o taoísta son bien entendibles por un cristiano a poco que conozca bien su espiritualidad (no la doctrina, no un texto de Pablo o de Mateo).

Este ritual es la celebración Pascual. La Pascua es la escenificación histórica y simbólica de nuestra vida interior: el paso de la esclavitud a la libertad y el camino a la tierra prometida. En la noche de Pascua, los judíos cenan, se ciñen la cintura y se preparan para partir a lo que les espera: la vida con Dios.


Cristo celebró dos noches antes su última Pascua con sus discípulos (en su vida terrena). La celebró en la noche del jueves anterior porque esa era la noche en que partía. En esa noche empezaba su particular Éxodo, la función sagrada del cumplimiento de la Promesa y el sello de la nueva Alianza de Dios con los hombres: juicio, tortura, condena, llegada al cadalso, ejecución... y Resurrección. Como oveja muda y mansa ante los trasquiladores (Is 53, 7). No lo prendieron, se entregó libremente.

Cristo recibió la condena de nuestro falso yo para que abandonemos a tal yo. Sufrió en sus carnes el daño de nuestros Corazones, el que heredamos, el que nos infringimos y el que nos causamos unos a otros, para que tengamos consciencia. Murió pagando el precio de nuestro rescate, dando su Cuerpo y su Sangre, para nuestra alimentación espiritual. Resucitó como rúbrica de su Palabra, para que tengamos Fe y saber que es válida.

La Cruz es el árbol de la Vida que está en medio de nuestro Paraíso interior. Comer su fruto (como nos dijo en la Última Cena), recibirlo y entablar relación en nuestro interior, da Vida y alimenta la Vida.
"Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío."
De igual modo, después de cenar, la copa, diciendo: "Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros"." (Lc 22, 19-20)

Como el sacrificio que celebró Abraham con su hijo, Cristo fue el Ara, la Ofrenda (el Cordero de Dios) y Sacerdote oficiando el ritual del sacri-ficio. Sacro-hacer, hacer sagrada la ofrenda: muriendo a este mundo, a nuestros falsos yo, y naciendo al Espíritu, a la Vida, la resurrección de nuestro espíritu. Nos hacemos hermanos de Cristo, hijos del Padre y esposados con el Espíritu de Cristo.

Somos Cristo. Solo que en Jesucristo, la unión entre el Espíritu de Cristo como Dios y el espíritu de Jesús como Hombre es hipostática. En nuestro caso, esa unión hay que promoverla, mantenerla, alimentarla, recuperarla, fortalecerla, consolidarla. Para eso celebramos el bautismo (la salida de Egipto), la reconciliación cada vez que tengamos que liberarnos de culpa y la nueva cena pascual o banquete celestial, para alimentarnos de su Cuerpo, su Sangre y su Palabra.

La culpa no es más que un distanciamiento nuestro del Espíritu de Cristo, como dar unos pasos atrás. Nuestro espíritu está como inútil e incapaz: muerto o tullido. Hay que invocar a la Vida, volver a ser ofrenda. Al ser perdonados, volvemos a recibir el Espíritu.

En el Espíritu, es magnífico leer las Sagradas Escrituras y textos de espiritualidad, especialmente mística. Por ejemplo, del himno de los redimidos que toma versículos del Apocalipsis:
Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos,
porque fuiste degollado
y con tu sangre compraste para Dios
hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación;
y has hecho de ellos para nuestro Dios
un reino de sacerdotes,
y reinan sobre la tierra.

Digno es el Cordero degollado
de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría,
la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.

Se distingue el sacerdocio real del ministerial. Todos somos sacerdotes, nos hacemos ofrenda para recibir el Espíritu y empezar el Camino. Los ordenados sacerdotes, los ministros, son los que presiden, ofician o son testigos en las celebraciones eclesiales, en el culto, ante la comunidad.

Con el sencillo acto de orar "Jesús, hijo de Dios, ten piedad de mí" estamos celebrando el misterio de la Vida.

Cristo, sacerdote, profeta y rey, nos hace sacerdotes, profetas y reyes. Somos un pueblo de reyes, donde se da la máxima igualdad, la mejor fraternidad y la mayor libertad. Una anarquía co⸮⸮nuda.
 

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