a expolitoxicómanos convictos
La Misión BS, E. Morricone       
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jueves, 15 de octubre de 2009

La cruz del pecado original


Como sabemos la Redención y el Redentor no tiene sentido sin la pérdida de nuestro estatus paradisíaco. En este año dedicado al sacerdocio, profundizando en el Misterio nos topamos con ese misterio de la iniquidad, misterio por nuestra incomprensión y, por ende, por nuesta no aceptación plena, que supone el pecado original y la trasmisión a todos los que formamos parte del género humano.

El sacerdocio pone de manifiesto la Justicia divina. Que no se contrapone a la Misericordia, pues la justicia clama por la satisfacción de la pena, por el restablecimiento del Orden, empezando precisamente por quien le recae la culpa.

Así cualquiera puede afirmar que tiene al menos un pecado, pero que no lo ha cometido.
Esa es una Cruz. La primera de todas.
Sabiendo distinguir el pecado como acto humano y el pecado como estado, es decir, el pecar con estar en pecado, nuestra rebelión a ese estado es la raíz de todo verdadero mal.
Ahora con el Bautismo se quita el querubín de en medio, como es de Justicia. Aunque siga permaneciendo la pena y el fomis peccati.

Lo cierto es que limitaciones como la cognitiva sigue siendo una realidad. No amar esa Cruz es lo que acaba manifestándose como egoísmo; rechazarla, soberbia.
La soberbia: ese reafirmarse en el proceso egoísta, porque sino... se muere. Esa muerte curiosa de la que hablaba la serpiente que no es de la que habla Jesucristo.

Sabemos que la Cruz, en cuanto Madero del cual colgó Cristo, el mismo Cristo pues también Él es el Altar, es el Árbol de la Vida y la Eucaristía su fruto.
Sin embargo, curiosamente, qué parecido hay, análogas cuanto menos, entre nuestra situación en la Cruz, no la redentora sino ese estado de pecado en el que somos engendrados (cual estar picado por una serpiente antes de ser sanado por mirar a la representada en escultura metálica levantada a la vista de todos), con la situación de Adán y Eva frente al Árbol de la ciancia del Bien y del Mal.

Si no se ama la Cruz y tampoco se la rechaza, como decía hablando del egoísmo y del orgullo, en qué situación nos quedamos? Queda claro que más vale se fríos que tibios. El clamor que sube de nuestra alma y de nuestro corazón al Cielo no es más que un quejido. Un estado de queja que es la verdadera parálisis del alma.
Amar la Cruz, no solo es un deseo y un mandato de Jesucristo, es el único modo desde la madurez y para alcanzar la madurez. Jesús no lo diría de valde.

2 comentarios:

  1. Que Dios siga derramando sus bendiciones en estos maravillosos blog's, gracias por el post.

    Saludos

    SCJM

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  2. Gracias a ti, SCJM. Es una alegría tu comentario.
    Saludos.

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