Los cristianos somos seguidores de Cristo? O somos imitadores suyo? Mi respuesta sería que nada de las dos cosas. Quien quiera ser seguidor que lo siga y quien quiera ser imitador que lo imite. Pero hay gente que ni puede ser seguidor y ni imitador y no es por falta de intentos. Afortunadamente hay gente que no es platónica.
Ser contemplativo no es algo accidental y estar recordándonoslo de vez en cuando.
Ser contemplativo es algo constitutivo del contemplativo, valga la redundancia. Clama sin cesar. No es cosa de conectar y desconectar. No es cosa de ser platónico o aristotélico, hegeliano o derridasiano. Tampoco es algo que sea cansino.
Todo lo contrario: ser contemplativo es un descanso. Un contemplativo siempre verá a los demás más azarosos, ansiosos, enervados, alterados, belicosos,... más que él mismo.
"Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso.
Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; 'y hallaréis descanso para vuestras almas.'
Porque mi yugo es suave y mi carga ligera." (Mt 11, 28-30)
Tomar el yugo de Jesús es un descanso porque es suave. Y además su carga es ligera.
La vida en el falso, y más quien pretende ser cristiano, hace de la vida una carga pesada y puede que muy dura. La carga nos puede superar, por eso he destacado "sobrecargados" de las palabras de Jesús. Como dice el chiste: bebo para ahogar las penas, pero las penas saben nadar.
Y si la inconsciencia pesara... Y la verdad es que pesa. Sin consciencia somos como esa mosca que busca la luz pero se topa con el cristal de la ventana, refunfuña y refunfuña. A la larga,
la inconsciencia es algo estéril y agotador (doblemente agotador).
Recurrir a Cristo porque pensamos en nuestro ideal bello y sublime, porque nos autoconsolamos, desconectamos un rato, y "contemplamos" qué bonito sería si viniera el Reino de Dios y qué armoniosa es la Sagrada Familia y cuánto se servían entre ellos teniendo a Dios en los brazos acunándolo,... es, cuanto menos, repelente. Cristo revela el hombre al hombre. Al ir a Cristo se expande la consciencia y, además, tener su cercanía (no una imaginación), ser consolado, ser su discípulo (ser enseñado) y, en su momento, ser sanado.
Para ser contemplativos hay un inicio:
empezar a ser consciente de la actividad del falso yo, desapegándonos de él y observarlo/contemplarlo; y
escuchar el dolor que es la voz del corazón dañado y de la ausencia del espíritu de Vida. El dolor no es solo algo físico. También es algo somático, síquico, espiritual y relacional (y con las relaciones, el dolor de los demás). Al decir Corazón se trasciende estos cuatro niveles llegando a la unidad del ser individual con sus relaciones con los demás y con la Realidad. La actividad del Corazón es nuestra esencia. Somos Amor a como análogamente Dios es Amor, o viceversa. Es nuestra Naturaleza.
Hay que recordar que las relaciones no es algo conceptual. Es constituyente de nuestra alma, de nuestro principio vital. Es una extensión del nuestro Corazón, es tan Corazón como el centro del Corazón y son bidireccionales. Y las relaciones pueden estar dañadas o pendientes de desarrollo. Puede fallar por nuestra parte o por parte del otro. Por la relación también oímos el dolor del otro.
El contemplativo ni está encerrado en sí mismo, ni se tiene que proponer ir al mundo y predicar el Evangelio, valga la expresión. El contemplativo puede llegar a oír todos los dolores, está abierto a toda la Creación que gime con dolores de parto hasta que se manifiesten los hijos de Dios.
Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios.
La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios.
Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto.
Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo. (Rm 8, 19-23)
Que grande fue Pablo!
Y por el contemplativo, al igual que su Corazón y su espíritu sana, también se sana el de los demás.
De estas dos actividades del inicio se diría que es necesario hacerlas en soledad cesando momentáneamente la actividad diaria.
Después hay que ponerse en camino por esa travesía del desierto. Para ello la actividad fundamental es
ponerse a disposición, ofrecerse, facilitar la actuación de la Naturaleza y de Dios en nosotros. Ponerse en sus manos, su Providencia, su Voluntad. Se tiene que partir de esa decisión y acto voluntario libre.
Qué supone ponerse en sus manos y ser ofrenda? Es un acto de confianza, de Fe (aunque no sea de Fe que la Naturaleza tenga capacidad de regenerarse, porque la observación científica lo certifica). Es un acto de confianza y así se lo debemos decir: "confío en Ti". Qué es la oración si no? Es un acto de Amor y así se lo debemos decir. Si no amáramos a la Naturaleza y a Dios no estaríamos dispuestos a recorrer el Camino. Si no se corresponde a su Amor, no nos dejamos querer. Es un acto de Esperanza y así se lo decimos. Es una ilusión de deseos y así se lo decimos. Es una alegría el que sea esto el principio del fin;
es una alegría estar en el "Verdadero Camino de la Vida".
Sobretodo, ofrecerse es dejarse querer: ser amado precisamente por la Naturaleza y por Dios. Somos amados porque somos sus criaturas, sus hijos y vamos a ser rescatados, salvados, sanados y restaurados. Y con nosotros los demás, también en la medida de su sencillez. Y así lo debemos saber, sentir y pedir.
Por ser amados debemos pedir más Fe, más garantías, más Esperanza, más capacidad de Amar y saber mejor Amar. Reclamar o apelar a su Misericordia para nuestra justificación, para que se nos haga Justicia. Esto, en lenguaje bíblico, es como que se restaure el Corazón de sus daños, la santificación. Llegar a ser justos es como alcanzar nuestro objetivo, llegar a ser el mismo Cristo, aunque al ponerse en Camino ya es como "haber llegado a la meta", ya es estar con él, en Él y por Él. Ya es estar siendo como Él fue en este mundo y como es.
Dios nos amó primero: sabemos que podemos confiar y devolver Amor por Amor.
Al ser amados y en la medida de nuestra respuesta, recibimos su Vida, su Espíritu. El Espíritu Santo nos va a vivificar y animar los pasos, nos va a consolar y a defender. Estar vivo es condición
sine qua non para que todo salga adelante. Así pues, tener nuestro espíritu vivo es condición para caminar y para experimentar vivencialmente el transcurso del Camino. Lo que nos va a dar sabiduría, cada vez más fortaleza (más seguridad ante las tretas del falso yo y de los otros falsos yo) y el resto de sus dones. Que como dones también hay que desear y pedir.
"Jesús le respondió: "En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios."
Dícele Nicodemo: "¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?"
Respondió Jesús: "En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios.
Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu." (Jn 3, 3-6)
Nuestra relación con Dios es paterno-filial. Ante Él somos niños como decía Jesucristo, desnudos, naciendo y nacidos de Espíritu. Y heredando ya la Herencia: su Vida, su Espíritu. Habiéndola rechazado o dilapidado (en la vida del falso yo), ahora nos vuelve a tomar como hijos de pleno derecho. Y lo hará siempre que haga falta. Su fidelidad dura por siempre.
Ser querido por Dios y ser niño, honesto, noble y sin doblez, ante Dios es ser manso y humilde de corazón.
Dejándose querer, ser ofrenda: ahí empieza la aventura. Ser ofrenda es como un bautismo.