a expolitoxicómanos convictos
La Misión BS, E. Morricone       
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lunes, 25 de julio de 2011

La nube del no saber │ cap. 44

Sobre la parte del alma que destruye este conocimiento y conciencia de uno mismo.

Tal vez lo siguiente que me preguntes es cómo destruir esa conciencia desnuda de tu propia existencia. Piensas que, si dicha conciencia fuera aniquilada, todas las demás dificultades desaparecerían también, y tienes razón al pensarlo. En cualquier caso, mi respuesta es que es imposible destruir esta conciencia desnuda que tienes de ti mismo sin la gracia especial que Dios otorga libremente y la total y buena disposición para recibirla. Esta disposición no es otra cosa que una fuerte y profunda aflicción espiritual.

Sin embargo, es preciso que seas prudente al respecto: en este punto, debes tener cuidado y no imponer una tensión excesiva al cuerpo ni al alma. Es mejor que te sientes con tranquilidad y te quedes en silencio, como si durmieras, absorto y sumido en la aflicción. Ésta es la verdadera aflicción, la aflicción perfecta, y todo lo demás irá bien si puedes lograrla en este grado. Todo el mundo tiene algo de qué afligirse, pero mucho más quien conoce y siente su propia existencia. En comparación con esta aflicción, las demás no son más que una copia de la auténtica, pues quien experimenta la aflicción verdadera conoce y siente no sólo lo que esta aflicción es, sino lo que Él mismo es. Deja que quien nunca la haya sentido crea que se aflige, pues todavía no sabe qué es la aflicción perfecta. Cuando la sentimos, purifica el alma no sólo del pecado, sino también del sufrimiento que ésta merecía por su causa. Y hace que el alma esté preparada para recibir la dicha, tanta que le arrebata al hombre la conciencia de su propia existencia.

Cuando esta aflicción es genuina, está llena de santo anhelo, un anhelo sin el cual ningún hombre podría sobrellevarla o soportarla en este mundo. Si el alma no se fortaleciera gracias al buen empeño de este anhelo, no sería capaz de soportar el dolor que ocasiona la conciencia de la propia existencia. Tantas veces como un hombre pueda conocer la conciencia auténtica de Dios -tanto como sea posible conocerla en este mundo-, tantas veces sentirá luego que no puede -ya que descubrirá que su conciencia se sostiene con el conjunto inmundo, informe y nauseabundo de sí mismo que la llena y la deberá odiar, rechazar y expulsar si quiere convertirse en un discípulo perfecto de Dios, como Nuestro Señor enseñó en el Monte de Perfección-, y tantas veces que la aflicción lo hará casi enloquecer. Hasta el punto que se echará llorar y gemir, maldecirá, se acusará y se despreciará a sí mismo. En pocas palabras, pensará que la carga que soporta es tan pesada que dejará de preocuparse de lo que pueda sucederle mientras Dios sea complacido. Ahora bien, pese a esta carga, no querrá dejar de existir: lo contrario sería locura diabólica y desprecio por Dios. Aunque continúe anhelando liberarse de su conciencia, deseará mucho más seguir existiendo y dará gracias a Dios con sinceridad por tan preciado don.

Toda alma debe conocer y experimentar esta aflicción y este anhelo bajo una forma u otra, la que Dios se digne enseñar a sus discípulos espirituales en su buena voluntad. Antes de que puedan unirse a Él de manera perfecta en el perfecto amor -tanto como sea posible hacerlo en esta vida y sólo si Él lo permite-, debe darse la correspondiente preparación en el desarrollo y la buena disposición del cuerpo y del alma.

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