a expolitoxicómanos convictos
La Misión BS, E. Morricone       
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miércoles, 20 de mayo de 2009

Sin Dios... autoayuda


Efectivamente, Dios lo pide todo y nuestra respuesta tiene que ser darse sin reservas.
Y menos mal que es así. Mientras no lo hagamos en nuestro interior no habrá unidad, integridad, honestidad, coherencia, genuinidad, autenticidad.
De momento no voy a entrar en materia a cerca de lo que pide Dios. Sí que puedo decir que a veces lo que pensamos que pide Dios es en realidad una excesiva autoexigencia, como un desear uno mismo ser algo en función del pie que cojea o una perfección que vemos lejana y no la vemos imposible pues "esperamos" que Dios nos haga espléndidos con una Gracia suya. Y "esperamos" como una acción-reacción.
Y esta actitud no es muy lejana a la que vemos en Nietzsche respecto a la vida que traje en uno de los últimos posts.

Puede parecernos que Dios nos pide que hagamos apostolado, que participemos en actividades sociales, eclesiales o no,... En este caso lo que Dios pide es que Él sea el alma de todo apostolado (que por cierto, así se titula un libro escrito por un cisterciense).
Puede parecernos que Dios nos pide santidad, tomarnos en serio, tomar en serio a la Iglesia, tomar en serio a las almas, tomar en serio a Dios.
Quizás habrá que empezar por dejar ver a Dios nuestro interior y así lo veremos nosotros también. Así seremos menos ciegos, por ejemplo. Dejar ver nuestro interior a Dios en cada momento, nuestros modos de razonar, nuestro estado de ánimo, nuestros sentimientos ante ciertos sucesos y roces con los demás, nuestros bien estar con la familia y los amigos, nuestros momentos de felicidad, nuestra alegría en una celebración, nuestros pensamientos respecto a otra persona,...
Dejarle ver. Al menos ganaremos en realismo que ya es una Gracia. Y no exigiremos o esperaremos de los demás lo que nos sobreexigimos y que en verdad no podemos alcanzar.

Conocerse y ofrecerse en el altar: ver a Cristo sufriendo mis latigazos, mis espinas, cargando con nuestra cruz y muriendo para que uno pueda ser hijo de Dios y volver a comer del Árbol de la Vida; y otras veces estar a su lado como otro Cristo recibiendo esos latigazos esas espinas y el peso de la Cruz por los demás y por la Humanidad entera. Dejar que Cristo descienda a nuestros infiernos y así resucitar con Él a una nueva vida que de momento no será gloriosa.

Todo esto lo podemos hacer sentados, de rodillas, haciendo yoga o acostados. Y no hay que hacerlo de una vez por todas, pues no somos ángeles.
Hay que darle gracias, pero también muchas veces hay que darle gloria.

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