a expolitoxicómanos convictos
La Misión BS, E. Morricone       
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domingo, 31 de mayo de 2009

La nube del no saber │ cap. 16

A través de la contemplación, el pecador convertido que ha sido llamado a la contemplación alcanza con más rapidez la perfección y el perdón de Dios.


Nadie debe pensar que es un osado por atreverse a ofrecer a Dios su amor humilde siendo el más miserable de los pecadores de este mundo, ni por adentrarse en secreto en la nube del no saber que media entre él y Dios después de una verdadera enmienda, la posterior llamada a la contemplación y la total aprobación de su preceptor y su conciencia, pues ya Nuestro Señor dijo a María Magdalena, vivo ejemplo de los pecadores llamados a la vida contemplativa: "Tus pecados te son perdonados". Y no le fueron perdonados porque a María Magdalena le embargara una gran tristeza, ni por la angustia que le producían sus pecados, ni tampoco por la humildad que sentía al contemplar su vida desdichada, sino por la intensidad de su amor.

Es en este punto donde podemos ver lo que este amor secreto y anhelante llega a obtener de Nuestro Señor, pues va mucho más allá de lo que podamos hacer o imaginar. Te aseguro que María Magdalena sentía un profundo arrepentimiento, que derramó amargas lágrimas por sus pecados y se sintió enormemente humillada al pensar en su propia desdicha. También nosotros, desdichados pecadores comunes, debemos sentirnos arrepentidos, sobrecogidos, atemorizados y humilladospor completo a lo largo de esta vida cuando recordemos nuestra propia desdicha.

¿Cómo la recordaremos? A buen seguro, de la misma manera que lo hizo María Magdalena. Aunque no sintiera siempre esta profunda tristeza por sus pecados, llevó esa pesada carga en su corazón y su recuerdo durante toda su vida. Sin embargo, como nos muestra la Biblia, su aflicción fue más dolorosa, su deseo más intenso, sus suspiros más profundos, su languidecer casi mortal, por el hecho de que deseaba amar a Dios todavía más de lo que ya lo amaba. Fue perdonada más por esto que por el recuerdo de sus pecados; por esto, pese a que ya lo amaba mucho. No debe sorprenderte: lo que caracteriza al amante verdadero es el hecho de que cuanto más ama, más desea amar.

María Magdalena se daba cuenta con bastante claridad de su condición de vil pecadora, de que sus pecados habían abierto un abismo entre ella y el Dios que tanto amaba, y que eran la causa principal de su flaqueza. Quería amar a Dios y no podía. ¿Qué hizo entonces? ¿Descendió de las cumbres de su anhelo a las profundidades de su vida pecadora para buscar en el lodo y la inmundicia de sus pecados, tomándolos uno tras otro, amargándose, sufriendo y llorando por cada uno de ellos? No, en absoluto. ¿Por qué? Porque Dios le hizo saber por medio de la Gracia que depositó en su alma que nunca lo conseguiría por este camino. Si obraba de este modo, lo más probable es que volviese a pecar, no que obtuviera el perdón de sus pecados.

Por tanto, María Magdalena prendió su amor y deseo ardiente en la nube del no saber, y aprendió a amar a aquello que ciertamente nunca alcanzaría a comprender con claridad en esta vida, ni con la mente ni con el deleite de sus emociones. Y amaba tanto que olvidaba a menudo que ella misma había sido una pecadora. Sí, así es, creo que la mayor parte del tiempo estaba tan absorta en amar la divinidad de Dios que apenas pensaba en el encanto y la belleza del cuerpo físico del Señor cuando Él se sentaba y le hablaba, por más sagrado y precioso que fuera, ni en ninguna otra cosa semejante, ya fuera material o espiritual. Ésta parece ser la enseñanza del Evangelio sobre el particular.

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