a expolitoxicómanos convictos
La Misión BS, E. Morricone       
_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _


domingo, 21 de marzo de 2010

La nube del no saber │ cap. 25

Durante la contemplación, el alma perfecta no se preocupa de ninguna persona en particular.


Te habrás dado cuenta de que no digo que en esta tarea debe tenerse en consideración especial a ningún hombre en la tierra, amigo o enemigo, familiar o extraño, pues esto no debe suceder en la contemplación perfecta, donde todo salvo Dios se olvida por completo, tal y como debe ser.

Sin embargo, sí digo que quien la practique se volverá tan virtuoso o caritativo gracias a la contemplación que incluso luego, cuando descienda de las alturas para hablar con sus hermanos cristianos o rezar por ellos, su voluntad se dirigirá tanto a amigos como enemigos, a familiares como a extraños. Y en ocasiones ¡se dirigirá incluso más a los enemigos que a los amigos!

No es que el contemplativo deba apartarse de su dedicación a Dios, pues constituiría un pecado grave, pero, naturalmente, también será forzoso que descienda de las alturas de vez en cuando a instancias de la caridad.

No obstante, en esta tarea de amar a Dios no se dispone de tiempo para considerar quién es amigo o enemigo, hermano o extraño. No digo que a veces - de hecho, muy a menudo- no vayas a sentir un afecto más profundo por unos que por otros. Tal inclinación es normal, y por muchas razones. El amor pide justamente eso; el afecto que Cristo sentía por Juan, Pedro y María era más profundo que el que sentía por muchos otros. Sin embargo, cuando el alma se vuelve por completo hacia Dios, quiere a todas las personas por igual, ya que siente entonces que no hay otra causa de amor que Dios mismo, y ama a todos con sencillez y sinceridad por el bien de Dios así como el suyo propio.

Del modo que todos los hombres se perdieron con Adán y muestran con sus obras el deseo de salvarse, y sólo se salvan en razón de los sufrimientos de Cristo y no de ninguna otra cosa, así también, por un camino parecido, la experiencia nos muestra que un alma entregada por entero a la contemplación y unida, por tanto, a Dios en espíritu hace todo lo que está a su alcance para lograr que todos los hombres se sientan tan satisfechos como ella. Cuando nos duele algún miembro de nuestro cuerpo, los demás miembros sufren también por simpatía, y cuando un miembro está sano, los demás se alegran con él. Lo mismo sucede espiritualmente con los miembros de la Santa Iglesia. Cristo es nuestra cabeza y nosotros somos sus miembros si perseveramos en la caridad; y el que sea un discípulo perfecto de Nuestro Señor en esta tarea espiritual deberá dedicar cada nervio y músculo de su ser para salvar a sus hermanos y hermanas aquí en la tierra, como hizo Nuestro Señor con su cuerpo en la cruz. ¿Cómo lo hará? No prestando atención a sus amigos y seres más allegados y queridos, sino a la humanidad en general, sin dar más importancia a unos que a otros, ya que todo el que quiera apartarse del pecado y pedir la misericordia de Dios alcanzará la salvación gracias a los padecimientos de Cristo.

Y tal como sucede con la humildad y la caridad, así sucede también con las demás virtudes, puesto que todas están incluidas de manera misteriosa en el modesto acto de amor que he mencionado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario