a expolitoxicómanos convictos
La Misión BS, E. Morricone       
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lunes, 8 de marzo de 2010

La nube del no saber │ cap. 22

El extraordinario amor de Cristo por María, símbolo del pecador convertido que ha recibido la llamada de la contemplación.


Dulce fue este amor entre Nuestro Señor y María: ¡cuánto lo amaba ella!, ¡cuánto más lo amaba Él! Quien quiera entender lo que sucedión entre ellos de verdad y no de manera superficial, según el testimonio del relato del Evangelio, que nunca se equivoca, descubrirá que el amor que María sentía hacia Él era tan intenso que nada podía colmarlo salvo el mismo Señor, de quien ella no podía apartar su corazón. Ni los mismos ángeles pudieron consolarla cuando fue llorando a buscar a Jesús al sepulcro. Pese a que le dijeron con delicadez y amor: "No llores, María; Nuestro Señor, a quien buscas, ha resucitado, y lo encontrarás vivo y lo verás en todo su esplendor entre sus discípulos en Galilea, tal como predijo", no por eso dejó de llorar, ya que pensaba que quien iba en busca del rey de los ángeles no tenía que hacer caso de unos meros ángeles.

¿Qué más puede pedirse? Sin duda, quien busque con atención en los relatos del Evangelio encontrará otros muchos casos maravillosos, escritos para que nos sirvan de ejemplo del perfecto amor de María, y tan en concordancia con el resto de enseñanzas de este libro que puede decirse que en realidad se escribieron con este único propósito. Y así es, digan lo que digan. Quien esté preparado para ver en el Evangelio el amor singular y maravilloso que Nuestro Señor sentía por María -modelo para todos los pecadores comunes y corrientes que se han convertido de corazón y han sido llamados a la gracia de la contemplación-, comprobará que nuestro Señor no permitió que nadie dijera una palabra en contra de María, ni siquiera su hermana, sin que Él mismo la defendiera. Más aún: Nuestro Señor reprendió a Simón el Leproso en su misma casa porque la criticaba de pensamiento. Esta es la mayor prueba de amor; sin duda, una prueba insuperable.

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