a expolitoxicómanos convictos
La Misión BS, E. Morricone       
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jueves, 6 de agosto de 2009

Hiroshima y Nagasaki



Dos nombres que tenemos grabados en nuestra memoria y que nos traen sentimientos sobre-cogedores.

Estoy verda-deramente conmocionado por las imágenes de Hiroshima destruida, por las palabras de Camus sobre tales acontecimientos y por el testimonio de Takashi Nagai, médico en Nagasaki.

Dice Camus:
"una verdadera sociedad internacional, en la cual las grandes potencias no tengan derechos superiores a las naciones pequeñas y medianas".

Dice el Dr. Nagai:
"La decisión reside en el libre albedrío del hombre, que tiene su destino en sus propias manos. Cuando uno piensa en ello le invade el terror y, por mi parte, creo que la única garantía en este campo reside en un verdadero espíritu religioso..."


Creo que no están lejos unas palabras de las otras.
Os dejo los links de las imágenes que he visto, el testimonio de Takashi junto con su historia, y las palabras de Camus que reproduzco a continuación.

Buenas noches y buena suerte!



Las palabras de Camus publicadas en Combat, 8 de agosto de 1945, reproducido en Camus, Moral y política, Alianza Editorial, pp52-3. Dice así:
«El mundo es como es, es decir, no gran cosa. Todos lo sabemos desde ayer gracias al formidable concierto que la radio, los periódicos y las agencias de noticias acaban de desencadenar en torno a la bomba atómica. Nos informan, en efecto, entre multitud de comentarios entusiásticos, de que cualquier ciudad de mediana importancia puede quedar totalmente arrasada por una bomba del tamaño de un balón de fútbol. Los periódicos norteamericanos, ingleses y franceses se extienden en elegantes disertaciones sobre el futuro, el pasado, los inventores, el coste, la vocación pacífica y los efectos bélicos, las consecuencias políticas y hasta el carácter independiente de la bomba atómica. Lo resumiremos en una frase: la civilización mecánica acaba de llegar a su último grado de salvajismo. Va a haber que elegir, en un futuro más o menos cercano, entre el suicidio colectivo y la utilización inteligente de las conquistas científicas.

Mientras tanto, es lícito pensar que resulta bastante indecente celebrar así un descubrimiento que se pone, en primer lugar, al servicio de la más formidable furia destructora de que el hombre haya dado pruebas desde hace siglos. A nadie asombrará, sin duda, salvo a los idealistas impenitentes, que en un mundo entregado a todos los desgarramientos de la violencia, incapaz del menor control, indiferente a la justicia y a la simple felicidad de los hombres, la ciencia se consagre al asesinato organizado.

Estos descubrimientos deben ser registrados y comentados en lo que son, anunciados al mundo para que el hombre se haga una idea cabal de su destino. Pero rodear esas terribles revelaciones de una literatura pintoresca o humorística es intolerable.

Ya no respirábamos con facilidad en un mundo atormentado. Y ahora nos proponen una angustia nueva, que tiene todas las posibilidades de ser definitiva. Sin duda se está brindando al hombre su última oportunidad. Y eso puede ser, al fin y al cabo, pretexto para una edición especial. Pero debería ser, con mayor razón, objeto de algunas reflexiones y de mucho silencio.

Por lo demás, hay otros motivos para acoger con reservas la novela de ciencia ficción que los periódicos nos ofrecen. Cuando se ve al redactor diplomático de la Agencia Reuter anunciar que los tratados quedan ya caducos o las propias decisiones de Postdam pierden su vigencia, y señalar que es indiferente que los rusos estén en Koenigsberg o Turquía en los Dardanelos, no se puede dejar de atribuir a este hermoso concierto intenciones bastante ajenas al desinterés científico.

Que nadie nos interprete mal. Si los japoneses capitulan después de la destrucción de Hiroshima como resultado de la intimidación, nos alegraremos. Pero nos negamos a sacar de tan grave noticia otra conclusión que no sea la de abogar aún más enérgicamente en favor de una verdadera sociedad internacional, en la cual las grandes potencias no tengan derechos superiores a las naciones pequeñas y medianas, y en la cual la guerra, ese azote convertido en definitivo por el solo efecto de la inteligencia humana, no dependa ya de los apetitos o doctrinas de tal o cual Estado.

Frente a las perspectivas aterradoras que se abren ante la humanidad, percibimos todavía mejor que la paz es la única lucha que vale la pena entablar. No es ya un ruego, sino una orden la que debe ascender de los pueblos hacia los gobiernos, la orden de elegir definitivamente entre el infierno y la razón

8 comentarios:

  1. Los dos ataques con bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki, ciertamente es un hecho que deja aspectos que son más que válidos analizar. Sólo por poner un ejemplo, la creencia de que únicamente se puede garantizar la seguridad, para los que poseen armas nucleares, es cuestionable en términos. Esta creencia presupone que solo los ciudadanos de los estados que tengan a disposición los recursos para crear, comprar o robar la tecnología necesaria, tendrían derecho a vivir con la seguridad garantizada. Esto contradice las enseñanzas de la Iglesia de que todas las vidas humanas tienen un valor intrínseco y que ante Dios todos somos iguales.

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  2. Efectivamente. Y los países con bombas atómicas toman el papel de protectores de países aliados, sin bombas atómicas. Y gratuitamente no lo hacen.
    Lo que no me explico es cómo una vez caída la potencia mundial que era la URSS, cuesta tanto tiempo desmantelar el armamento nuclear de ambos países.

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  3. igual deberíamos dejar de quejarnos de que algunos gobiernos y ejercitos tengan estas armas.
    igual lo que habría que pedir es el derecho de todos los habitantes del planeta a tener sus propias bombas atomicas.
    lo de la constitución americana y la N.F.L. es muy razonable.

    o jugamos todos o romper la baraja.

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    Paula y Manuel
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    Hablamos.
    Besos.

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  8. Eclesiastés, sin amenazas no hace falta tanta "potencia bombardeadora".
    Entre una cosa u otra, preferiría "romper la baraja". Entre el todos o nadie, preferiría que nadie tuviese armamento nuclear, ni químico, ni biológico,...
    No soy pacifista, pero sí deseo la paz, como tú.
    No creo que sea bueno que la autoridad de un país en el ámbito mundial se deba a su potencia militar y armamentística.

    Saludos en vacaciones.

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