a expolitoxicómanos convictos
La Misión BS, E. Morricone       
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martes, 18 de agosto de 2009

Calidad de vida,...


De vez en cuando voy a pasar unos días a un pueblo de montaña, y más en agosto, donde la Misa empieza cuando llega el cura. Una Iglesia donde en los bancos de la derecha mirando al altar se sientan las mujeres y a la izquierda se sientan los hombres (y alguna mujer que se sienta con el marido o con los hermanos).
Tiene su encanto. No porque perviva esa costumbre, sino porque muestra la sensatez de esas gentes y el grado de contacto con la realidad que disfrutan: no hay necesidad de perder el tiempo con una reforma que no va a ningún sitio. Máxime cuando las "reformas" en la Liturgia están pasadas de moda y la "animación" en la Misa cual grupo de campamento cesan como fiebre que remite.
Y en verdad, el lenguaje de esas gentes sigue teniendo su fuerza.

En la Homilía, el sacerdote dijo algo así como que hoy en día la calidad de vida se confunde con la calidad de los bienes de consumo.

Y así es. Nuestra calidad de vida está en función con la calidad del coche, del televisor, de los viajes (que la gente de ciudad llama "escapadas"), del móvil/celular, de la ropa y del corte de pelo, de las residencias de ancianos, de los servicios siquiátricos, de los servicios sociales estatales y eclesiales para gente pobre,...
Nuestras responsabilidades las delegamos para con quien no pueda seguirnos en el disfrute del bienestar de la sociedad del bienestar.

En fin. Una homilía de las que me hacen reflexionar.

2 comentarios:

  1. Y he visto como se viven las dos calidades. Una acaba con la persona, la otra la enriquece. Depende de nosotros saber la que elegimos. Pero ojo. Una está llena de engaños y es fácil caer en su trampa. Me gusta el diseño de tu blog. Un saludo

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  2. To be, or not to be: that is the question.
    Ojalá en la realidad y en la vida fuera así de simple. A veces me acuerdo de esas palabras de Jesús cuando decía algo así como que el hombre es señor del sábado y no el sábado, señor del hombre.
    Nuestro grado de consciencia es inconstante y veleidoso.

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