a expolitoxicómanos convictos
La Misión BS, E. Morricone       
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viernes, 5 de junio de 2009

Un reino de conciencia o nada



Tenemos a Jerusalén como un doble reino. Por una parte, es un país idealizado en el que las personas valen por lo que son y no por su cuna. Es un nuevo mundo en el que la segunda oportunidad es real, la influencia de la realidad pasada queda a muchos kilómetros que por aquel entonces eran meses de penoso viaje. Y por la otra, el corazón humano es el mismo en el viejo mundo que en el nuevo. Es decir, los males del mundo acaban germinando y creciendo en el lugar nuevo.

La película parece tener una mentalidad actual. ¿Es posible que las cuestiones de fondo que plantea se tratasen así en los siglos XI ó XII? Quizás, de algún modo, si.

Jerusalén tiene un rey leproso. Va todo vendado y con máscara de plata. Es un gran sabio a pesar de su juventud. Es casi inefable e infalible la relación con su “enemigo” natural.

Es curioso que estando bajo pena de muerte dar muerte a un musulmán, y siendo reos de muerte los mismos templarios fieles a la letra del Vaticano, no tuviera roces con el Papa. Quizás porque su delfín estaba esposado con la hermana y heredera del trono del rey. Un delfín con el corazón negro famélico de poder mundano so capa de ortodoxia católica y doctrinal.

¡Qué imagen la del rey! ¡Quién no se ve reflejado salvo en el noble material de su careta, salvo en la áurea esencia que destila su sabio obrar y hablar, ambos armónicos entre sí!

Y tenemos otra película en que la jerarquía eclesiástica queda en mal lugar. Pero es lo de menos. Lo que aprendemos de ella lo deben aprender los jerarcas sin tener en cuenta el mal papel que representan. Lo que ocurre es que tienen muy fácil es excusarse y todavía más el escudarse.

Es estéticamente fabuloso el proceso de “gotificación” de la reina, la sucesora del rey. Quizás se da cuenta la trampa de tener una doble cara las mujeres de su posición, el precio a su supervivencia en una situación que no han elegido vivir. Y todo esto no puede llevar sino al desastre. Algo que ellas hubieran evitado: la subida al trono de un tirano. Hay quien dice que la religión es la causante de las guerras y de los mayores males de la humanidad. Yo diría que es más bien la política.

Podríamos hablar de muchas más cosas. Sobre buenos y malos más allá de las facciones sociológicas. Del padre que recupera a su hijo a costa de su vida, si hace falta, las verdaderas y falsas causas de la necesidad de alcanzar perdón, cómo ofrecer una rendición, cómo creer en uno mismo para luchar teniéndolo todo en contra,… Pero una cosa está clara: los buenos de la facción cristiana son aristotélicos. Así como los que pasan esa luminosa noche oscura del alma.

Quizás demasiada larga la película y el guerrear y las peleas cuerpo a cuerpo, bastante mejorables. Pero una gran, magnífica y espléndida historia a la misma altura (que es posible sea el cenit) de “Gladiator”.

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