a expolitoxicómanos convictos
La Misión BS, E. Morricone       
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viernes, 5 de junio de 2009

La evolución de un hombre de Iglesia



Magnífica película, excelente guión. Aún así, en verdad ahora conocemos al Martín Lutero del film. En verdad, ¿quién fue tal personaje realmente?

Primero vemos al Martín que ansía la paz interior. Con una lucha interior, preso en un enredo psicológico (tentaciones y ardides del demonio, según él, escrúpulos quizás) del cual no acaba de librarse.

Claro que desde la Psicología, cuando se piensa que se da una explicación certera del fenómeno, todo parece muy claro, quedando el sujeto disminuido. En aquella época, como quizás aún en ésta, no se le puede dar respuesta adecuada a lo que le ocurre. Si se sicoanalizara, quizás encontraría una obsesión infantil o en la temprana juventud, un maltrato psicológico o una herida por su buena sensibilidad,… o Dios sabe qué.

Y desde la atención pastoral se sabe que el más fuerte es capaz de soportar mayores tentaciones y que Dios templa sus instrumentos. Así Martín se le agudiza la inteligencia a través del conocimiento propio viviendo tales conflictos.

Afortunadamente la sociedad y la Iglesia que conoce Martín no son las de ahora. Actualmente hay mucha más igualdad de oportunidades y un acceso a la educación universal, prácticamente. La época de construcciones faraónicas ha pasado a la historia. La doctrina sobre las indulgencias ha evolucionado mucho, como también la comprensión común del más allá y del hombre mismo. Cada vez más Iglesia y Estado saben estar en su lugar, relacionados pero con la debida separación. Y un largo etcétera.

Pero no es menos cierto que las personas seguimos siendo las mismas. Los mismos errores del pasado lo seguimos cometiendo ahora. ¿De qué nos sirve tanto saber?

En una época en la que la reforma era necesaria, la Iglesia siguió con la construcción y con las pendencias con el Islam. Éstas, tanto una como la otra, la época también las justifica, pero la Iglesia perdió un gran reformador. Y perdió medio del pulmón que le quedaba para respirar.

Me parece que esta película (en función de su rigor histórico) sirve de mucho para la conciliación de las dos iglesias. Aunque para pesar del pueblo, ambas partes seguirán obcecadas sin soltar sus respectivos “clavos ardiendo”.

Martín Lutero, un hombre intelectual, no puede (como nadie) dejar de ser hijo de su época ni de verse en conflictos que no desea provocados por los que se dicen seguidores suyos (¿qué discípulo es fiel a su maestro?). Y se acaba convirtiendo en algo más parecido a hombre de estado, como cualquier homólogo eclesiástico católico.

¡Un gran hombre!

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