a expolitoxicómanos convictos
La Misión BS, E. Morricone       
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viernes, 4 de noviembre de 2011

La nube del no saber │ cap. 55

Errores de quienes reprueban el pecado con fervor y sin la debida prudencia.


El maligno engañará a varios hombres como sigue: encontrará la manera más sorprendente de hacerlos arder en deseos de defender la ley de Dios y destruir los pecados de los demás hombres; jamás los tentará con nada que sea abiertamente malvado. Los tornará semejantes a esos clérigos atareados que escudriñan en cada precepto de nuestra vida cristiana, igual que hace el abad con sus monjes ya que los hombres engañados no vacilan en reprendernos a todos por nuestras faltas, como si ellos estuvieran al cuidado de nuestras almas. En nombre de Dios, consideran que su deber no es otro que denunciar las faltas que ven. Dicen que se sienten movidos por la ferviente caridad y el amor de Dios que hay en sus corazones, pero mienten. Lo que nace de su imaginación y sus mentes es el fuego del infierno.

Que esto es cierto lo demuestra lo siguiente: el demonio es un espíritu y no posee más cuerpo que un ángel. Sin embargo, cuando el demonio o los ángeles, con el permiso de Dios, adoptan un cuerpo con el fin de hacer algo en relación con un ser humano, todavía conservan alguna cosa "reconocible" de su yo esencial. Las Escrituras nos proporcionan ejemplos al respecto. En el Antiguo y el Nuevo Testamento, cuando se envía un ángel con forma corpórea, se muestra siempre cuál es su verdadera naturaleza o misión, bien a través de su nombre, bien a través de algo que hace o lo pone de manifiesto. Lo mismo sucede con el maligno. Cuando se nos aparece con aspecto corpóreo, deja adivinar de alguna manera visible lo que sus siervos son en espíritu.

Déjame que ponga un solo ejemplo. Entiendo por seguidores del espiritismo, por nigromantes, a las personas que declaran conocer la manera de invocar a los espíritus maléficos y a quienes el maligno se ha aparecido en forma corpórea. Sea cual fuere la forma que el demonio adopte, siempre presenta un único orificio nasal, grande y ancho, que levanta con agrado para que los hombres puedan ver su cerebro a través de él. Y su cerebro no es más que el fuego del infierno, ya que no puede tener otro. Todo lo que quiere es conseguir que un hombre mire, ya que, al mirar ahí, ese hombre habrá enloquecido para siempre. Sin embargo, el practicante experimentado de las artes nigromantes sabe muy bien todo eso y puede disponer las cosas de manera que él no sufra ningún daño.

Así es, tal como lo cuento: siempre que el demonio adopta forma humana deja adivinar de manera visible lo que sus siervos son en espíritu. Al actuar así, el demonio inflama la imaginación de sus contemplativos con el fuego del infierno, tanto que éstos se lanzan de improviso a dar sus puntos de vista de la manera más indiscreta y se creen con derecho a condenar las faltas de los demás hombres sin esperar alguna, antes de esperar lo suficiente para hacerlo. La división propia de la nariz humana, el tabique que separa un orificio del otro, indica que el hombre debe poseer clarividencia espiritual y saber cómo distinguir lo peor de lo malo, lo malo de lo bueno y lo bueno de lo mejor antes de emitir un juicio sobre algo que haya visto u oído en su derredor. (El cerebro del hombre representa espiritualmente la imaginación, ya que por su naturaleza ésta mora y opera en la cabeza.)

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