El mal siempre es una carencia, una merma, un vacío, una nada.
El mal realmente es una carencia, una merma, una vacío, una nada.
De ese estado carente de plenitud y de vacuidad se siguen unos actos, unas actuaciones, unas actitudes, unos ánimos... tendentes a justificar ese estado deteriorado, caído, dañado, falto, de plenitud perdida.
(uso el verbo seguir por aquello de q el obrar sigue al ser, ampliando el significado de obrar desde los actos concretos hasta el espíritu q los informa o hasta el mismo vivir y estar viviendo)
(y uso el verbo justificar en el sentido de hacer justo, reestablecer, volver a alcanzar la plenitud)
En ese estado de maldad parcial o de bondad incompleta (o imperfecta), el obrar q se sigue, siempre tendente a la justificación, puede tomar dos caminos: el sabio y el necio.
El obrar sabio tiene en cuenta q el ser tiende per se a reestablecerse o regenerarse. todo lo espera del ser en orden a la justificación.
El obrar necio invierte la máxima filosófica de tal manera q quiere alcanzar su plenitud de ser por las obras, es decir, se pasa a considerar q el ser sigue al obrar.
(uso los adjetivos sabio y necio, también usables como sustantivos, en el sentido q le dan los salmos, en especial el primero q es el q ahora tengo más presente)
Así pues, el obrar en cuanto necio q podamos tener hace q el mal se manifieste como algo con sustancia, con entidad. A poco q el ser se empieza a regenerar, el mal q se nos presenta como tremendo, enorme, terrorífico, descomunal, fantasmagórico, ciego e irracional, desaparece, se esfuma.